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jueves, 5 de agosto de 2010

Zúngaro

Allá en la desembocadura del río Tocache, donde se vierten y mezclan sus aguas frías y claras con las turbias y marrones del Huallaga, se forma un gran remolino que ha excavado el lecho de la desembocadura volviéndola muy profunda. Abundan sábalos, boquichicos, piñacunches, toas, palometas, lisas, anchovetas y anguilas. Allí en medio a ese cardumen habita a sus anchas el Zúngaro, un bagre gigante de cabeza achatada, de ojos dorsales y pequeños, cuatro hilachas largas y redondas de piel le cuelgan del contorno de la boca a modo de bigotes chinos, desde sus aletas branquiales dos gruesas espinas a modo de cuernos son una amenaza latente y muy dolorosa para el adversario, el cuerpo achatado y robusto habla de su gran fuerza y resistencia. Es un piscívoro inigualable, hacen falta muchos kilos de peces para saciar su gran apetito. Cuando el Zúngaro pesca, las otras especies prefieren mantenerse a la distancia.

En el tambo Shapiama está cenando plátanos sancochados con sal. También él es un piscívoro, digno rival del Zúngaro atigrado que domina en la desembocadura del Tocache. Las raciones de pescado salado se han agotado. Los trabajos urgentes del campo no le permitieron ir al río a probar suerte con el anzuelo. Recuerda que la última vez que estuvo en la desembocadura del Tocache se cruzó con la silueta de un Zúngaro que nadaba veloz bajo la canoa. Esta pensando seriamente en andar a buscarlo. Si llegara a pescarlo, se abastecería con su carne para sus provisiones de varios meses.

Es tradición en la selva, para tener suceso en la pesca y la caza, el ingerir un brebaje preparado en base a hojas, lianas, cortezas, raíces y resinas de plantas nativas bajo el estricto cuidado de un brujo especializado. Shapiama ha tomado ya este brebaje y lo ha dietado como indican los ritos: alimentarse con plátano verde asado, nada de sal, nada de azúcar, nada de sexo, ni sol, ni viento por cuarenta días. Según la misma tradición la ingesta del brebaje es para neutralizar el olor natural del cuerpo del hombre, de tal modo que los peces, aves y animales no lleguen a percibirlo y sean fácil presa del pescador o cazador. Nuestro amigo ha dietado para probar suerte con el Zúngaro.

La luna llena alumbra el bosque y traza en el río  una franja ondulante que se abre al paso de la canoa que se desplaza con su música de chapoteos al ritmo de los delicados movimientos de remo dadas por las hábiles manos de Shapiama, el viento susurra jugueton en las hojas de los árboles. Shapiana lleva en su canoa un gran anzuelo unido a doscientos metros de cordel de pescar número ocho, muy resistente; una carnada especial, preparada con un tierno pollo frito, bien condimentado;  el inseparable machete y la retrocarga.

Al llegar a la desembocadura ata la proa de la canoa con nudo corredizo al tronco de un árbol; ata también uno de los extremos del cordel de pescar al hueco en la popa de la canoa, y el otro al cabo del grueso anzuelo con nudos muy especiales, aprendidos de su padre. Ensarta el anzuelo con habilidad en el delicioso cuerpo del cebo - " con este bocadillo, no te harás de rogar pejesapo..." - piensa y se relame mientras termina la operación. Con delicado movimiento rotatorio, lanza el anzuelo, ya con el cebo, a la profundidad.

Desde la sombra, sentado en la popa, mientras mastica un puñado de coca, observa las siluetas, que brillan con la luna: un mundo entero en  una prisión sin posibilidades de fuga, donde  los numerosos peces  saltan fuera del agua para alimentarse con los también abundantes insectos que sobrevuelan la superficie del agua. Bastaría con echar la tarrafa para pescar en abundancia, pero no, el no ha venido a una pesca común, el ha venido por el Zúngaro.

El Zúngaro esta en las profundidades dándose un gran festín, basta  abrir sus fauces para que varios kilos vayan a parar a su sistema digestivo. Tal vez ésta sea su última bocanada. Una especie rara ha llamado su atención, flota por sus narices despidiendo un aroma especial. Nada en grandes círculos como jugando al gato y al ratón, los otros peces le ceden el espacio para no interferir. Shapiama lo ha sentido desplazarse debajo de la canoa y está rogando que el brebaje lo haya purificado y le traiga suerte. La coca le ha estado hablando con dulzura. Probablemente el Zúngaro no resista a la tentación y muerda el anzuelo.

Los primeros gorjeos de las aves y el canto lejano de un gallo indican que el alba esta cercana. Con el amanecer se perderá la oportunidad a que el Zúngaro muerda el anzuelo. Shapiama se esta arrepintiendo de haber escogido pasar la noche en vela soportando el aguijoneo de la nube de hambrientos zancudos que atormentan sin clemencia.

Interrumpiendo su arrepentimiento, un violento tirón lo tira al fondo de la canoa, boca abajo se desliza hasta la proa por la inercia. En lugar de asustarse - "¡ha picado..., ha picadoooo....!"- grita de alegría. Con el tirón, la canoa  ha soltado de la amarra y navega vertiginosa jalada por el Zúngaro; al casi volcarse, el machete y la retrocarga han caído y se hunden en la profundidad del agua, los remos se alejan veloces en la corriente. El Zúngaro en un derroche de energías tensa la cuerda del anzuelo atada a la popa de la canoa y la arrastra en su fuga desesperada.

Después de dos horas de tirar la canoa río abajo y río arriba y vadearla otras tantas, el pez ha cedido. El gran pez se ha agotado. Llega el turno de Shapiama para lentamente ir recuperando la cuerda un poco a la vez. Después de un breve forcejeo, la cuerda empieza a desplazarse sin mucho esfuerzo. El pescador esta dudando - "¿...no será que el majadero, se haya soltado...?" -  ante esta sospecha, se martiriza y amarga.

En efecto, tiene en sus manos el anzuelo desnudo y un rasgo de carne sanguinolenta - "Ah..., de razón no había continuado a forcejear, ese hijo de ..." - Se lamenta de su mala suerte y duda del efecto benéfico del brebaje y de la pérdida de tiempo y sobre todo de haber abandonado sola por toda la noche a su joven y sensual mujer.

Resignado a su mala suerte rema con las manos para llevar la canoa a la orilla, para proveerse de una vara y de ese modo regresar al tambo. Que cosa le contaría a su mujer. Tal vez ella no le crea que ha pasado la noche en el río. Podría pensar que se la pasó en los brazos de la amante. O peor aún que se fué solo a la gran fiesta del pueblo.

Para su sorpresa, sus manos tocan una gran cabeza fría, resbaladiza y aplanada. Voltea a mirarla. Allí esta el Zúngaro mirándolo mansamente con sus pequeños ojos, sin fuerzas, como perro azotado implorando perdón, moviendo sus aletas branquiales y su gran cola. Resignado a su suerte y rendido a la astucia del pescador, del brebaje y de la complicidad de las hojas de coca que han maquinado en su contra.

Shapiama muy contento, busca la retrocarga o el machete para ultimarlo. No los encuentra. No sabiendo como atrapar al pez se lanza al agua rodeando con los brazos y con mucha dificultad aquel baboso cuerpo resbaladizo. Quien los habría visto en aquella actitud, habría pensado en dos grandes amigos después de una gran juerga nocturna, extra pasados de alcohol.

Se encariño tanto después de aquel forzado abrazo y de la sumisión de la gran presa. Lo ve malherido, sangrante, y sin fuerzas para continuar viviendo. Si lo dejara libre tal vez muera inútilmente, mejor sería subirlo a la canoa. No resistiendo a su instinto piscívoro lo sube a su canoa y se lo lleva al tambo. Su mujer muy contenta prepara con la cabeza un delicioso chilcano. Desde el plato vuelven a mirarle esos pequeños ojos, antes lo habían mirado con ternura rogando su perdón, y ahora esos ojos yacen sin vida y sin significado.

Shapiama perderá el apetito y no volverá más a pescar.

Autor: Jíbaro

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